Francisco
Nieva, con noventa años, es uno de los dramaturgos vivos más importantes del
teatro español. Descolló en sus inicios como escenógrafo y luego como director
de escena, pero su nombre parece haber quedado más ligado a la dramaturgia. Y
es que en el teatro, por mucho que nos empeñemos, los textos son los que más
fácilmente se transmiten y perduran, mientras que los demás elementos, aunque
forman parte de una tradición, caen más fácilmente en el olvido.
Salvator Rosa o El
Artista es una obra de
tono farsaico pero ampulosamente albergada en un mundo denso y barroco, muy
propio del autor. Ambientada en el s. XVII, la obra nos traslada un punto de
vista singular sobre el arte y nosotros mismos. Y estos somos, también, España
y los españoles, vistos desde el Nápoles barroco del siglo de Oro. Algunos
fustigadores del supuesto antipatriotismo achacan a estos ejemplos nuestra
falta de coherencia nacional, mientras que los contrarios piensan que hay que
estar permanentemente pregonando nuestras debilidades para superar nuestras inconsistencias.
El quijotismo surge, también, como cobertura a estos dos postulados, bien en
sentido positivo o negativo. Y luego llegan de fuera y se lo toman al pie de la
letra. El caso es que no hay que tomárselo todo a la tremenda. Cabe la
autocrítica sin necesidad de llegar a la autoinmolación colectiva.
Salvator Rosa fue un pintor napolitano de signo
postbarroco, cuyas obras tienen una mayor agitación o movimiento, que en la
obra teatral rivaliza con José Ribera, llamado “lo spagnoleto”, que pareciera
encarnar una tendencia más realista o estática. Esta dualidad parece querer
trasladarse al plano político en medio de una revuelta popular en el Nápoles de
la obra. Se protesta contra la subida de impuestos del virrey español, lo que
conforma una oposición de indignados sin una clara orientación política. Este
seguramente es uno de los aspectos valorados por Guillermo Heras, el director de
escena, para montar esta obra. La misma fue escrita en los años setenta y no
estrenada hasta ahora, entre otras cosas, por la carestía de su puesta en escena.
Paralelismos
aparte, el pescadero Masianello encabezará una revuelta abocada al fracaso,
donde Salvator Rosa, un buen Nancho Novo, recogerá todo el protagonismo, así
como sin querer, enamorando a dos mujeres que están encantadas de compartirle.
Surrealismo a mansalva que se refleja, sobre todo, en los diálogos y
situaciones grotescas, pero que encierran una gran carga crítica sobre el mundo
en el que vivimos.
En
definitiva, una puesta en escena hiperbarroca que traslada plenamente el espíritu
y el sentido de la obra de Francisco Nieva, y que sigue estando más vigente de
lo que nos pudiera parecer. Y eso ocurre con gran parte de las obras antiguas. Muchos
las desdeñan por viejas y desfasadas, pero las verdaderas obras de arte tratan
temas universales. Por eso puede seguir sacándoseles su jugo y son susceptibles
de ser actualizadas para muy diversos contextos. Basta con no forzarlas hacia
aquello para lo que no están escritas o querer comprar un jamón de pata negra
por dos reales.
SALVATOR
ROSA O EL ARTISTA, DE FRANCISCO NIEVA
Dirección:
Guillermo Heras.
Reparto:
Isabel Ayúcar (Gezabel), Beatriz
Bergamín (Rubina), Alfonso Blanco
(Pittichinaccio), Javier Ferrer
(Bailarín), Gabriel Garbisu
(Masanielo), Carlos Lorenzo
(Spadaro), Ángeles Martín (Floria), Juan
Matute (Batuel), Juan Meseguer
(Cebadías), Nancho Novo (Salvator
Rosa), Sergio Reques (Falcone), Sara Sánchez (Lavinia), José Luis Sendarrubias (Bailarín), Alfonso Vallejo (Ribera)
Una
producción del Centro Dramático Nacional.
Teatro
María Guerrero de Madrid.
Sábado
7 de marzo de 2015