Este
sugestivo título hace referencia a un diamante con un origen turbio. En
realidad, se trata de una novela de Wilkie Collins escrita en 1868 y que, según
parece, luego adaptó para el teatro en 1877. De esta versión teatral no tenemos
noticias en idioma español. Al no estar la adaptación o versión firmada,
debemos atribuírsela a la directora de la compañía Teatreves, Berta G.
Castiella. Sea lo que fuere, adaptar novelas al teatro siempre ha sido
complicado debido a que es difícil plasmar en cien minutos aquello que necesita
cuatrocientas páginas para su desarrollo narrativo. También hay que apuntar que
existen varias adaptaciones cinematográficas, auque no demasiado relevantes.
Un
buen tono general de actuación salva la propuesta, que adolece de algunos
reparos tanto dramatúrgicos como escénicos. El género policíaco, aunque hoy ha
evolucionado mucho, cuenta a su favor el elemento resolutivo que ata todos los
cabos, lo que hace posible que la carpintería dramatúrgica discurra sin
sobresaltos. ¿Quién es el culpable? Esta es la cuestión y todo queda explicado
al final. La cuestión es si esta explicación cuenta con la fuerza dramática
para sostener dos horas de función.
Sin
destripar nada hay que decir que de fondo hay una historia de amor. Rachel
dirime sus afectos entre Franklin y Godfrey, el uno un tarambana y el otro demasiado
formal. Ella está muy bien, cursi cuando tiene que serlo y atormentada cuando
toca. Franklin parece más un pasota que un señorito ingles. Godfrey esta
impecable, casi siempre frío y serio. Equívocos, malentendidos y reproches
aportan a la intriga un fondo dramático.
Todo
esto no se ha aprovechado para darle a la parte cómica un mayor empaque. Si
bien es cierto que Miss Clark, la puritana carabina que acompaña a Rachel,
borda el personaje de una respingona institutriz, no se aprovecha esto para
darle la comicidad necesaria. Pasa lo mismo con la sargento Cuff, que en el
original seguramente sería un hombre, y que ha sido trasmutado en una Holmes,
con pipa y lupa incluidos, de tono erótico festivo que contrasta tanto con el
resto que parece fuera de lugar.
El doctor está en su papel racionalista, y para una broma que lanza es la única que funciona, seguramente por inesperada. Penélope, la criada, es una señora mayor que me muestra, a veces, demasiado maternal. Y Mr. Betteredge es el criado que también hace el papel de narrador. En la novela parece que varios personajes ejercen esta función dando una perspectiva más variada a la acción. En este caso el criado es el encargado de incorporar al espectador al ambiente decimonónico británico. Su seriedad y buena dicción, así como su contención y sobriedad de movimientos, hacen que el arranque sea prometedor. Para suplir la falta de esas otras voces narradoras, se prodigan los apartes para que todo queda bien explicado, pero no suelen producir el efecto cómico que se esperaría de algunos de ellos.
El doctor está en su papel racionalista, y para una broma que lanza es la única que funciona, seguramente por inesperada. Penélope, la criada, es una señora mayor que me muestra, a veces, demasiado maternal. Y Mr. Betteredge es el criado que también hace el papel de narrador. En la novela parece que varios personajes ejercen esta función dando una perspectiva más variada a la acción. En este caso el criado es el encargado de incorporar al espectador al ambiente decimonónico británico. Su seriedad y buena dicción, así como su contención y sobriedad de movimientos, hacen que el arranque sea prometedor. Para suplir la falta de esas otras voces narradoras, se prodigan los apartes para que todo queda bien explicado, pero no suelen producir el efecto cómico que se esperaría de algunos de ellos.
La escenografía, como corresponde a este tipo de
producciones, es bastante pobre, aunque se la ha querido dotar de un cierto
barroquismo en el mobiliario (mesas, sillones, etc.) para establecer ese
ambiente aristocrático. Unos paneles decorados de fondo, en forma de V, dejan
al abertura central para las entradas y salidas de los actores, quedando
únicamente a la izquierda una salida para la habitación de Raquel y otra a la
derecha que no se sabe muy bien a donde da. Mover ocho actores en un escenario
tan mínimo, como lo es el de esta sala, no deja de tener su mérito, impidiendo
que se produzcan aglomeraciones y dejando siempre al público con una visión
correcta de lo que sucede en escena.
La
compañía Teatreves montó antes de esta obra La
importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, por lo que su querencia
por el mundo anglosajón del XIX parece clara. En este sentido hay que resaltar
que muchas de las obras de este origen se hallan inéditas o sin estrenar en
España. En definitiva, entretenido teatro policíaco sin complicaciones
hermenéuticas en esta propuesta escénica en cartel en la sala Plot Point de
Madrid.
LA
PIEDRA LUNAR, DE WILKIE COLLINS
Compañia
Teatreves
Dirección:
Berta G. Castiella
Sala
Plot Point de Madrid.
6
de septiembre de 2014
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