Harold Pinter se ha convertido después de su
muerte en 2008, y de la obtención del Nobel en 2005, en un dramaturgo de
referencia en el teatro contemporáneo. En general su obra no ha sido muy bien
tratada por los escenarios. En España era prácticamente un desconocido hasta
que durante los años referenciados alcanzó cierta notoriedad por sus posiciones
políticas en contra de la guerra en la antigua Yugoslavia, así como en Irak y
Afganistán. En los últimos años se han estrenado aquí algunas de sus grandes
obras como No Man’s Land (1974), The Careteker (1959), The dumb waiter (1957) y Old times (1970).
Yo descubrí a Pinter, de la mano de Sanchís
Sinisterra, hace unos quince años. Señalado por algunos como epígono de
Beckett, ni siquiera la concesión del Nobel supuso que se editara decentemente
en España. Aparte del ya legendario libro editado por Hiru y poco más (También
está editada su novela Los enanos y algunos poemas), sólo se puede recurrir a
lo que llega de Argentina de la mano de la la editorial Losada.
Muchas de sus obras son un un formato
breve, por lo que su plasmación escénica entraña una dificultad añadida. Este
formato, sin embargo, invita a espacios reducidos donde la
distancia con el espectador es menor. Tétrada,
cuatro piezas de Harold Pinter hace referencia precisamente a eso. A que se
trata de una puesta en escena de cuatro piezas. La Compañía La puerta Estrecha
ha sido la osada que ha implementado la misma.
La primera pieza se titula Con precisión y es un diálogo breve
entre dos altos ejecutivos alrededor de fijar con detalle una cantidad. Partiendo
de aquello de que no se pueden sumar peras con manzanas, cualquier unidad de
medida tiene que precisar exactamente aquello a lo que refiere. No es lo mismo
hablar de unos beneficios de determinados millones que de exterminar a esa
misma cantidad de seres humanos. Lo importante no es la cantidad sino la
cualidad de aquello que se cuenta y el uso, o destino, que le vamos a dar. No sólo es una cuestión de dosis. Se trata, por tanto, de una paradoja de transfondo político
donde se evidencia la banalidad de la sociedad actual que lleva los discursos a
extremos inverosímiles. La escenificación se presenta en un primerísimo plano,
debido a que el primer término del escenario está prácticamente pegado a los
espectadores. Una mesa con dos copas y los dos ejecutivos sentados a cada lado
enmarcan el conjunto vacío de camara negra. Contención actoral y luz cenital
para resaltar el maquillaje de los rostros vuelven la escena inquietante ante
un desarrollo imprevisible.
Una especie de Alaska es la segunda pieza. Es la más
larga de las tres y el núcleo central de la representación. En la misma una
mujer despierta después de 29 años de un extraño coma. No es consciente de que
haya transcurrido dicho tiempo, por lo que entre el médico y su hermana
intentarán hacer que asimile la nueva realidad. Se plantea, por lo tanto, una
situación excepcional donde los personajes están en planos diferentes y deben
de converger para poder entenderse. Una cama al fondo a la derecha y una silla,
así como una mesa y otra silla en primer término a la izquierda configuran una
escenografía mínima que otorga toda la carga dramática a los personajes. Estos
parecen emerger de la nada para enfrentarse con esta compleja situación. Esta requiere
más que una caracterización típica el esfuerzo por captar un tiempo concreto
donde se verifican todas las contradicciones que pueblan el ser humano. Otra
vez la ansiada contención es la premisa actoral fundamental para imbuir al
espectador en pocos segundos en una situación paradójica, tensa y eminentemente
dramática.
En tercer lugar se representa El nuevo Orden Mundial. Al igual que la
primera parece pertenecer a un grupo de piezas más políticas, donde prima el
poder de la palabra frente a la configuración situacional. En este caso esta
está algo más desarrollada con una persona atada en una silla y con los ojos
vendados. A su alrededor dos hombres parecen disponerse a torturarla, pero sin
llegar a tocarla. Ellos mismos incurrirán en sus propias contradicciones y, también,
las superarán sin aparente sufrimiento para sí mismos, mientras que el preso
recibe toda la información en detrimento de su propia suerte. Tampoco hay aquí
alardes ni exhabruptos actorales. Las botas militares que se calzan los
interrogadores bastan para generar una situación de gran tensión.
La última pieza es Estación Victoria. Es este un diálogo,
de corte más absurdo, donde el encargado de una centralita telefónica de taxis
contacta con un taxista imposible que provocará una gran hilaridad. Esta es
debida tanto a la desesperación del teleoperador como a la indiferencia del
taxista, que provoca un desacoplamiento de los planos, tanto físicos como
mentales. El encaje viene del sonido electrónico que los une, ya que para
simular la conversación telefónica se microfonizan sus voces, aunque físicamente
sólo les separen dos metros. De espaladas formando una diagonal sobre el
escenario sus miradas no pueden converger. La incapacidad de comunicación se
sitúa así en el punto central de una situación que necesita del contraste de
tipos de actuación que oscila drásticamente desde la indignación a la indiferencia.
Lo único que no termina de funcionar
en esta Tétrada es precisamente el sentido global de representación o puesta en
escena. No es ningún sacrilegio montar varias obras de teatro breve y reunirlas
en una función. Pero resulta mucho más interesante dotar al conjunto de algún
nexo escénico, más allá de las cocomitancias escenográficas o temáticas. Algún
tipo de hilazón puede dotar al conjunto de un mayor empaque, que para el
espectador supondrá la reafirmación de cada una de sus partes. El que se inicie
la obra con todos los actores en escena e interactúen entre ellos no ayuda a
crear ese clima(x) necesario para transitar entre las piezas. Aunque sí que
destacaría la preciosa elección de la música inicial.
Tétrada -
Cuatro piezas de Harold Pinter
Con Precisión. Una especie de Alaska. El Nuevo Orden Mundial. Estación Victoria
Compañía La Puerta estrecha
Con Precisión. Una especie de Alaska. El Nuevo Orden Mundial. Estación Victoria
Compañía La Puerta estrecha
Intérpretes:
José Gonçalo País, Samuel Blanco, Sayo Almeida y Eva Varela Lasheras
Dirección, espacio escénico, vestuario y traducción: Eva Varela Lasheras
Música: Glenn Gould - Sonata para piano en Mi menor, Op. 7 de Edvard Grieg
Dirección, espacio escénico, vestuario y traducción: Eva Varela Lasheras
Música: Glenn Gould - Sonata para piano en Mi menor, Op. 7 de Edvard Grieg
Teatro LA PUERTA ESTRECHA de Madrid.
Miércoles 12 de febrero de 2014. 12-15 euros.
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