Cleopatra es uno de los personajes
históricos más enigmáticos, no sólo por enlazar el mundo civilizado romano con
la huidiza civilización egipcia y todo lo que supone oriente para nuestra
cultura occidental y preeminente. Mitificada su figura ya desde Shakespeare, se
consolida con fuerza con las adaptaciones de hollywood en nuestro imaginario
colectivo.
Por esta razón rescatar una obra del siglo
XVII de escasa relevancia literaria y con estos antecedentes, para abordar un
proyecto internacional que quiere llevar el verso español del Siglo de Oro e
insertarlo en un panorama teatral como el argentino, de gran pujanza pero
bastante alejado de clasicismos, resulta por lo menos una elección
aparentemente compleja.
El instigador y artífice de todo esto es Guillermo
Heras,
renombrado director de escena español, dramaturgo ocasional y gestor de eventos
teatrales. Profesional inquieto y muy activo, de corte abiertamente posmoderno,
parece que sus actividades se decantan últimamente por el mundo
hispanoamericano.
La puesta en escena de Los áspides de
Cleopatra
es producto de un proceso de aprehensión del verso por parte de actores jóvenes
argentinos que nunca lo habían trabajado. Para el espectador español resulta
algo chocante el acento, pero la unidad de dicción contribuye a imbuirlo del
mundo de Rojas Zorrilla sin demasiado esfuerzo. En general el propósito
parece funcionar mediante la incorporación fluida del verso, aunque con una
cierta apresuración, de la que no están exentos los actores españoles. Más
problemática, en este sentido, es una cierta vehemencia de la protagonista, que
parece deslizarse extrañamente hacia un acento que nosotros identificamos más
con el mexicano de telenovela, creando una cierta des-armonización del
conjunto.
Escénicamente la propuesta parte del
probable intento de soslayar estos problemas rompiendo, antes del inicio de la
representación, la cuarta pared que separa al público de la fábula que se va a
escenificar sobre el escenario. Esto se efectúa presentando a todos los actores
en atuendo deportivo actual efectuando un calentamiento actoral y dirigiéndose,
al final del mismo, al público para comunicarle que son ellos los que van a
representar la obra en cuestión. Algo parecido escenificarán al final para
terminar de romper la sensación de ficción y devolver al público a su propia
realidad. Estos procedimientos han sido muy utilizados en el teatro
posdramático, y no necesariamente en el sentido brechtiano de distanciación
épica, sino también para evidenciar la propia artificiosidad del drama.
La escenografía también contribuye a realzar
este efecto mediante la única incorporación de un praticable, elevado y
corrido, que abarca todo el último término. En el foro se instala una pantalla
de video donde se irán ilustrando las diferentes escenas y que se verá
triplicada por otras tres más pequeñas en la base del practicable, formando así
una estructura piramidal muy alusiva. Estas filmaciones más distraen que
refuerzan la acción, constituyéndose así como un elemento más perturbador que
connotativo. El vestuario si que será de
época y ayudará a concretar a los personajes, que únicamente podrán apoyarse en
algunos elementos de atrezzo para sus caracterizaciones. La presencia de un músico
en escena que introduce fogonazos de música electrónica no hace sino ratificar
todo lo antedicho.
La acción transcurre entre un gestus
apropiado, que intenta incorporar cierta organicidad a unos personajes
denotados por el verso, lográndose una presencia física poderosa que juega a
favor de los personajes históricos presentados. Es decir, los actores están
contenidos pero haciendo gala también de la grandeza de sus personajes. Muchas de las asperezas escénicas provienen
del propio texto de Rojas Zorrilla, que remarcan una Irene demasiado activa frente un
Lépido
insulso que, más que luchar por su amor, se destapa a última hora como un
llorica vengativo. Octavio trastea más que conduce. Marco Antonio pierde algo de su
grandeza ante un amor ciego poco explicitado. Y Cleopatra también parece más bobalicona
que astuta e intrigante, ya que es más paciente que agente. Los graciosos,
propios del siglo de oro, si que tienen recompensa al poder lucirse
ampliamente.
En definitiva, un montaje más curioso que práctico,
aunque entretenido, determinado por una fábula consabida, que sólo sorprende
con un final a lo Romeo y Julieta.
ELENCO: Irene / guardia
egipcia: Anahí Gadda, Lépido / prisionero egipcio:
Mariano Mazzei, Acróbata / Prisionero egipcio / Octavio /
Capitán romano: Federico Howard, Acróbata / Prisionera egipcia: Marina
Pomeraniec, Octaviano / prisionero egipcio: Mariano
Mandetta, Marco Antonio: Gustavo Pardi,
Caimán: Julián Pucheta, Libia / prisionera
egipcia: Belén Pasqualini, Lelio:
Carlos Sims, Cleopatra: Iride Mockert,
Músico en escena: Matías Corno.
DIRECCIÓN: Guillermo Heras
Proyecto Laboratorio America. CNTC.
Teatro Pavón de Madrid. 18 de enero de 2014
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