Hay directores de escena
que lo han sido todo. Y cuando digo todo hablo de un todo totalizador. En el
mundo del teatro, se entiende. Ahora bien, esto no quita para que quién salta a
la arena pública del espectáculo se vea expuesto al examen de su actividad.
Y es que a algunos se nos da fatal aquello de comulgar con ruedas de molino. Y
todo esto viene a propósito de Lluís Pasqual. Comenta este director de escena
en el programa de mano que ya montó El Caballero de Olmedo en francés en 1992
en Avignon. Ahora la retoma para la CNTC en coproducción con el Lliure y sus
compañías jóvenes.
A Pasqual parece que le
ha podido el lirismo, al que se refiere en dicho programa de mano, y le ha
salido un Lope que parece un Lorca posmoderno. Y me explico. La escenografía de
Paco Azorín está compuesta de siete lámparas que cuelgan sobre el escenario y
un montón de sillas que van cambiando su disposición sobre el mismo. A esto
sólo habría que añadir en el segundo y tercer acto una pantalla al fondo donde
se proyecta el cambio de estado noche/día. Así pues los actores permanecen todo
el tiempo en escena, a modo de tablao flamenco y van interactuando en el
espacio que se va configurando alrededor. Todo ello con los actores/personajes
en traje de calle actual, al que se sobreponen algunos adminículos de vestuario
de época. También hay dos músicos en escena que realizan un trabajado alarde
multi-instrumental en el mismo tono que el tablao.
Así parece configurarse
algo parecido a la Crónica de una muerte anunciada
pasada por el tamiz de unas Bodas de
Sangre. Y dónde extrañamente se obvian los referentes taurinos que aparecen
en la obra. Todo ello sucede entre Olmedo y Medina del Campo, allá por
Valladolid. Se focaliza, por tanto, toda la obra en la desgracia que está por
llegar, descuidando u obviando los sucesos que nos llevan hasta allí. Hasta esse
desenlace fatal para el de Olmedo. Poco lugar hay para la pasión, el galanteo,
el engaño, la gracia o los celos. Todo está enfocado hacia la muerte. Esta es
el desenlace consabido, pero la primacía de este elemento desvirtúa toda la
obra.
Hay que resaltar que
frente a este desacoplamiento los actores saben estar a la altura, con una
dicción del verso clara y luminosa (rara avis) que produce un efecto de
desaprovechamiento de los recursos. El tono actoral, tanto gestual como
cinético, también es de alabar. Sobriedad sin encorsetamiento, fluidez y
naturalidad. Damas y galanes son lo mejor del elenco. El pero se lo pondría a
un gracioso que insiste desmesuradamente en un acento andaluz inaprensible, y
en una Carmen Machi que hace de una Fabia celestinesca con altibajos acentuados
(momentos memorables junto a otros fuera de lugar) y que también es la
encargada de romper la cuarta pared para dirigirse al público reiteradamente.
La aparente, o cierta,
gratuidad de la puesta en escena llega a su cúspide cuando la misma Machi, en
un entreacto, dice al público que se va a cantar un tango adaptado con la letra
de Lope. Y todo porque le pareció bonito al director. Así que sale uno de los
actores y se canta un tanto argentino precioso. Muy bonito. Muy desconcertante.
Muy, pero que muy, a trasmano. Muy muy.
EL CABALLERO DE OLMEDO, DE LOPE DE VEGA
Compañía Joven de la CNTC y La Konpanyia del Teatre
Lliure.
Director: Lluís
Pasqual
Versión de Lluís
Pasqual a partir de la versión de F. Rico.
Intérpretes (por
orden alfabético): Laura Aubert, Javier Beltrán, Paula Blanco,
Jordi Collet, Carlos Cuevas, Pol López, Francisco Ortiz, Mima Riera, Carmen
Machi, David Verdaguer y Samuel Viyuela González
Músicos: Pepe
Motos y Antonio Sánchez
Duración aprox: 1.25
Teatro Pavón de Madrid. 15 de febrero de
2014.
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