miércoles, 20 de noviembre de 2013

LA VERDAD SOSPECHOSA, DE JUAN RUÍZ DE ALARCÓN



La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) pone en escena este nuevo montaje de la obra La verdad sospechosa de Juan Ruíz de Alarcón, dirigida por Helena Pimenta, a la vez también directora institucional de la compañía. Después de la laureada La vida es sueño, y según mi parecer no tan cuestionada como debiera, aborda ahora esta comedia que trata sobre la verdad y la mentira, lo real y lo fingido, lo estipulado y lo conveniente, el amor y el matrimonio,  que su autor aborda con una pretensión didáctica y a la vez lúdica. Enseñar y divertir. 

 

En primer lugar hay que reseñar que la escenografía y el vestuario elegidos destacan ya la indefinición por la que va a discurrir toda la puesta en escena. El escenario se ha configurado como un plano inclinado, cerrado en forma de cuña, que delimita un triángulo y deja en la extra-escena casi dos tercios del mismo. Estas dos paredes, confluyentes en el foro, presentan un dibujo de pequeños cuadrados y una textura que marca irregularmente las líneas que los separan dando la sensación, a ojos del espectador, que la obra se desarrolla en un entorno roñoso , como de baño público antiguo, que desluce mucho el aspecto visual y no parece aportar nada a la obra. Aparte de este efecto, estas paredes son aptas para efectuar algunas proyecciones (nombres como Madrid, un reloj, etc.) y para conseguir captar perfectamente las distintas tonalidades en los diferentes cambios hacia luz más fría o cálida, aun cuando el blanco ahuesado se hace omnipresente. Esta estructura  está muy bien aprovechada en cuanto a su practicabilidad, ya que permite la apertura de puertas y vanos de diverso tamaño y altura. Esto hace posible una variada configuración de las diversas escenas, explicitando así los diferentes lugares escénicos mediante la mera incorporación y utilización de pequeños elementos de atrezo.

El vestuario nos remite a un ambiente provinciano de finales del s. XIX o primeros años del S. XX. Esta opción, conjugada con la escenografía, desubica la acción y no parece aportar una alternativa a la Corte, o el Madrid barroco, en que supuestamente discurre la acción. Esto deja a los personajes un tanto fuera de sitio, llegando a configuraciones poco sugerentes como el duelo con espada con esas pintas retro-futuristas, un traje de galán engominado o un gracioso que parece un gañan de mí pueblo. En este marco se inscribe también la inclusión de un pianista de espaldas al público que toca en directo, al que se sabotea de vez en cuando con música enlatada, cuyo efecto de encantamiento se diluye igualmente al estar sus notas más en la onda de casino decimonónico que en la del barroco castellano.

El teatro clásico español se escribió en verso. Y la CNTC debe de hacer gala de este recurso, del que deriva su propia esencia. Algunos no tenemos un concepto estático del teatro, por ello se apunta esta cuestión sin perjuicio de que hubiera quién se atreviera a prosificar eventualmente a alguno de nuestros maestros barrocos, aunque esto sea para algunos un anatema.  Sin embargo, aficionarse a decir el verso apresuradamente, como corriendo, como queriendo terminar cuanto antes, causa un mal mayor. Sobre todo, aparte de forzar una sonoridad de soniquete, de musicalidad forzada, el problema es que el espectador no entiende lo que se dice. Ese es el problema. Cuando los personajes, sobre todo en los monólogos o parlamentos largos, no son capaces de conectar con el público, que se pierde ineluctablemente en digresiones irrelevantes que ni los mismos actores se creen.

 

Esto también implica una elección en cuanto a la realización de la versión. Sin haber podido efectuar un cotejo exhaustivo, me aventuraría a decir que la misma está más basada en refundición de personajes y reconfiguración de algunas escenas, que en una marcada elección de parlamentos significantes o significativos. De ahí que una obra que puede llegar a durar tres horas tenga que decirse en dos a toda velocidad.

En cuanto a los personajes no terminan de funcionar un galán y su gracioso un tanto fuera de lugar, en parte por su avanzada edad y en parte por su acaparamiento escénico. Mucho mejor están las mujeres. Aunque la presencia de la criada Isabel queda prácticamente reducida a figurante,  las dos damas brillan con luz propia. Sobre todo Jacinta, que es capaz de sostener todas las pantomimas del equívoco con gracia y suficiencia. También  el personaje del padre tiene un empaque sobresaliente y permite dar el contrapunto a otros personajes como los otros galanes jóvenes que más parecen graciosos. El conjunto queda así algo irregular e, incluso, el final parece más una solución salomónica que algo derivado de los propios actos de los personajes.

Comer sopas y sorber, no puede ser. A lo mejor eso es lo que le está pasando a H. Pimenta, cuyos montajes de Ur estaban muy por encima de lo que ahora presenta con la CNTC. 



Programa de mano

LA VERDAD SOSPECHOSA, DE JUAN RUIZ DE ALARCÓN

COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO
DIRECCIÓN: HELENA PIMENTA
VERSIÓN: IGNACION GARCÍA MAY.
REPARTO (POR ORDEN DE INTERVENCIÓN):
TRISTÁN: Fernando Sansegundo, DON BELTRÁN: Joaquín Notario, DON GARCÍA: Rafa Castejón, LETRADO/DON JUAN DE LUNA: Juan Meseguer, JACINTA: Marta Poveda, LUCRECIA: Nuria Gallardo, ISABEL: Pepa Pedroche, DON JUAN DE SOSA: David Lorente, DON FÉLIX: Pedro Almagro, DON SANCHO: Juanma Navas, CAMINO: Óscar Zafra, PAJE/VENDEDOR: Alberto Gómez, CRIADA/VENDEDORA: Anabel Maurín, VENDEDORA: Mónica Buiza, PIANISTA: Miguel Huertas/Luis Noain.

TEATRO PAVÓN DE MADRID, SÁBADO 16 DE NOVIEMBRE DE 2013

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