La Compañía Nacional de Teatro
Clásico (CNTC) pone en escena este nuevo montaje de la obra La verdad sospechosa de Juan Ruíz de Alarcón, dirigida por Helena Pimenta, a la vez también
directora institucional de la compañía. Después de la laureada La vida es sueño, y según mi parecer no
tan cuestionada como debiera, aborda ahora esta comedia que trata sobre la
verdad y la mentira, lo real y lo fingido, lo estipulado y lo conveniente, el
amor y el matrimonio, que su autor
aborda con una pretensión didáctica y a la vez lúdica. Enseñar y divertir.
En primer lugar hay que reseñar
que la escenografía y el vestuario elegidos destacan ya la indefinición por la
que va a discurrir toda la puesta en escena. El escenario se ha configurado
como un plano inclinado, cerrado en forma de cuña, que delimita un triángulo y
deja en la extra-escena casi dos tercios del mismo. Estas dos paredes,
confluyentes en el foro, presentan un dibujo de pequeños cuadrados y una
textura que marca irregularmente las líneas que los separan dando la sensación,
a ojos del espectador, que la obra se desarrolla en un entorno roñoso , como de
baño público antiguo, que desluce mucho el aspecto visual y no parece aportar
nada a la obra. Aparte de este efecto, estas paredes son aptas para efectuar
algunas proyecciones (nombres como Madrid,
un reloj, etc.) y para conseguir captar perfectamente las distintas tonalidades
en los diferentes cambios hacia luz más fría o cálida, aun cuando el blanco
ahuesado se hace omnipresente. Esta estructura
está muy bien aprovechada en cuanto a su practicabilidad, ya que permite
la apertura de puertas y vanos de diverso tamaño y altura. Esto hace posible
una variada configuración de las diversas escenas, explicitando así los diferentes
lugares escénicos mediante la mera incorporación y utilización de pequeños
elementos de atrezo.
El vestuario nos remite a un
ambiente provinciano de finales del s. XIX o primeros años del S. XX. Esta
opción, conjugada con la escenografía, desubica la acción y no parece aportar
una alternativa a la Corte, o el Madrid barroco, en que supuestamente discurre
la acción. Esto deja a los personajes un tanto fuera de sitio, llegando a
configuraciones poco sugerentes como el duelo con espada con esas pintas
retro-futuristas, un traje de galán engominado o un gracioso que parece un
gañan de mí pueblo. En este marco se inscribe también la inclusión de un
pianista de espaldas al público que toca en directo, al que se sabotea de vez
en cuando con música enlatada, cuyo efecto de encantamiento se diluye
igualmente al estar sus notas más en la onda de casino decimonónico que en la
del barroco castellano.
El teatro clásico español se
escribió en verso. Y la CNTC debe de hacer gala de este recurso, del que deriva
su propia esencia. Algunos no tenemos un concepto estático del teatro, por ello
se apunta esta cuestión sin perjuicio de que hubiera quién se atreviera a
prosificar eventualmente a alguno de nuestros maestros barrocos, aunque esto
sea para algunos un anatema. Sin
embargo, aficionarse a decir el verso apresuradamente, como corriendo, como
queriendo terminar cuanto antes, causa un mal mayor. Sobre todo, aparte de
forzar una sonoridad de soniquete, de musicalidad forzada, el problema es que
el espectador no entiende lo que se dice. Ese es el problema. Cuando los
personajes, sobre todo en los monólogos o parlamentos largos, no son capaces de
conectar con el público, que se pierde ineluctablemente en digresiones
irrelevantes que ni los mismos actores se creen.
Esto también implica una elección
en cuanto a la realización de la versión. Sin haber podido efectuar un cotejo
exhaustivo, me aventuraría a decir que la misma está más basada en refundición
de personajes y reconfiguración de algunas escenas, que en una marcada elección
de parlamentos significantes o significativos. De ahí que una obra que puede
llegar a durar tres horas tenga que decirse en dos a toda velocidad.
En cuanto a los personajes no
terminan de funcionar un galán y su gracioso un tanto fuera de lugar, en parte
por su avanzada edad y en parte por su acaparamiento escénico. Mucho mejor
están las mujeres. Aunque la presencia de la criada Isabel queda prácticamente
reducida a figurante, las dos damas
brillan con luz propia. Sobre todo Jacinta, que es capaz de sostener todas las
pantomimas del equívoco con gracia y suficiencia. También el personaje del padre tiene un empaque
sobresaliente y permite dar el contrapunto a otros personajes como los otros
galanes jóvenes que más parecen graciosos. El conjunto queda así algo irregular
e, incluso, el final parece más una solución salomónica que algo derivado de
los propios actos de los personajes.
Comer sopas y sorber, no puede
ser. A lo mejor eso es lo que le está pasando a H. Pimenta, cuyos montajes de
Ur estaban muy por encima de lo que ahora presenta con la CNTC.
Programa de mano |
LA VERDAD SOSPECHOSA, DE JUAN RUIZ DE ALARCÓN
COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO
DIRECCIÓN: HELENA PIMENTA
VERSIÓN: IGNACION GARCÍA MAY.
REPARTO (POR ORDEN DE INTERVENCIÓN):
TRISTÁN: Fernando Sansegundo, DON BELTRÁN: Joaquín Notario, DON GARCÍA: Rafa Castejón, LETRADO/DON JUAN DE LUNA: Juan Meseguer, JACINTA: Marta Poveda, LUCRECIA: Nuria Gallardo, ISABEL: Pepa Pedroche, DON JUAN DE SOSA: David Lorente, DON FÉLIX: Pedro Almagro, DON SANCHO: Juanma Navas, CAMINO: Óscar Zafra, PAJE/VENDEDOR: Alberto Gómez, CRIADA/VENDEDORA: Anabel Maurín, VENDEDORA: Mónica Buiza, PIANISTA: Miguel Huertas/Luis Noain.
TEATRO PAVÓN DE MADRID, SÁBADO 16 DE NOVIEMBRE DE 2013
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